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VOLTAIRE | La verdad y el olvido.



Teatro Quique San Francisco.

Madrid.

"¿qué ocurre con una propuesta dramática cuando el brillo de su texto se presenta como desproporcionadamente más presente que todo lo que acontece alrededor?"

Todas las representaciones a las que he ido de un texto de Juan Mayorga me plantean el mismo dilema: ¿qué ocurre con una propuesta dramática cuando el brillo de su texto se presenta como desproporcionadamente más presente que todo lo que acontece alrededor?

¿Especialmente cuando ese “todo lo que acontece alrededor” debiera ser ni más ni menos que una interpretación dramática?


Empecemos, respetando la propuesta del teatro Quique San Francisco, y de su compañía residente Teatro Urgente, hablando del texto. Y escribo “respetando la propuesta ...” porque lo que se presentó ante nuestros ojos y oídos era de tal forma que uno debía concentrarse en el texto para estar allí presente, y no ausente soñando una representación alternativa. Cuando no ocurre nada en escena, el texto es lo único presente. Y brilla, ¿verdad? ¿O no?



Mayorga nos presenta una narrativa literaria ágil y bien tramada, sin renunciar a la profundidad de un fondo claramente ético. Traer a Voltaire a escena es traer a uno de los héroes de la tolerancia. Tanto es así que su mensaje oscureció su estilo, tal vez porque la calidad del primero era superior a la del segundo. Como si para hacer un buen texto fuera necesario no intentar ser demasiado didáctico; o viceversa, como si para ser éticamente irreprochable fuera imprescindible no escribir historias para agradar o desagradar, según convenga.

"Mayorga nos presenta una narrativa literaria ágil y bien tramada, sin renunciar a la profundidad de un fondo claramente ético."

Curiosamente y tal vez por casualidad, o tal otra por justicia poética, Voltaire siempre fue el pensador que más y mejor propició que juzguemos a los demás por lo que realmente son, y no por lo que ellos mismos - u otros diferentes - dicen que son. Y lo que realmente son es, precisamente, lo que hacen. Cada vez me parece menos casual que en esta obra, tal y como se hizo, se tratara con Voltaire. No existe gente buena o gente mala. Existe gente que hace cosas buenas y cosas malas. Y si coincide con lo que dicen, mejor. Por eso mismo no vale con adscribirse a una ideología o religión para estar a salvo de uno mismo y del deber de responsabilizarnos de lo que hacemos. Y por eso, por lejano que pueda parecer, no vale con recitar a Mayorga o a Voltaire para estar a salvo de interpretar.



De mi profe y amiga Carmen Vals aprendí que mentir en la vida y hacer teatro no son lo mismo. La vida tiene su discurso y su realidad, y por tanto sus formas de la verdad y la mentira. Y la escena, que no es la vida, tiene las suyas. Muchos empezamos en el mundo de la interpretación negándonos a hacer eso que consideramos mentir, y eso alarga el camino hacia la conciencia de que generar una realidad distinta a la de la vida cotidiana creando un personaje no es mentir. Platón, o se equivocaba, o quería decir otra cosa, o su política quería imponer una realidad única y los poetas eran un peligro obvio.

"... generar una realidad distinta a la de la vida cotidiana creando un personaje no es mentir."

Creo que en el origen de esta versión casi dramatizada de los textos de Mayorga hay un acuerdo entre el director, Ernesto Caballero, y los intérpretes para hacer teatro, pero siempre siendo sinceros. De ahí un vestuario que niega el vestuario (Grotwsky, maestro de la sencillez, cuando no quería vestuario, simplemente no usaba nada), pero de una forma casta: los intérpretes visten, pero de calle; no como personajes, sino como ellos mismos. Hablan, no como personajes, sino como ellos mismos. Gesticulan, aquí sí, con un lenguaje particular que consiste en estirar los brazos como quien coge algo en el aire una y otra vez, alternado el flanco. Pero, como avergonzados de caer en una construcción artificial, no lo adscriben a un momento o un carácter, sino que es común a todos en todos los momentos. Detrás de todo ello está la negación del artificio. Ser natural es el límite de su trabajo, lo cual tiene dos consecuencias: que no hay personajes definidos, y que los intérpretes están listos para trabajar en una serie o una película. Los personajes que hablaban y gesticulaban eran indefinidos. Su cuerpo, su vestuario, su voz ... no cambiaban, no construían. Era fresco, desde luego. Pero era inocuo.



Para terminar, vuelvo al principio: si en escena no ocurre gran cosa, el texto brilla. ¿no? Mi respuesta es no. Definitivamente no. El texto de Mayorga es brillante, es verdad. Especialmente esa escena casi final del conflicto entre una alumna de arte dramático y su profesora: Gran conflicto, profundo, inquietante. Que además hubiera adquirido dimensiones gigantes si hubiera habido menos naturalidad y más artificio. Más arte en construcción. Si el vestuario me hubiera llevado a entender quiénes eran los personajes del principio, si sus acciones me hubieran llevado a entender cuál es su conflicto y en qué entorno se produce. Es entonces cuando el texto hubiera proporcionado la verdadera dimensión de su potencia. Porque en teatro, texto y acción se potencian. El texto a solas convierte la función en un recitado, o como mucho en una lectura dramatizada. La acción sola acaba siendo mimo o gestualidad huérfana. ¿Qué valor adquiere el cuento de los tres hermanos si se recita como quien está en la cola de la panadería? Suena natural, desde luego, pero ... no brilla.

"¿No será que el camino del intérprete no es generar más olvido sino, precisamente, el rescate poético de eso que olvidamos? "

Les cuento un secreto: la naturalidad es el resultado del olvido de un aprendizaje, casi siempre consciente y antinatural. Existe, pero no es lo que parece. ¿No será que el camino del intérprete no es generar más olvido sino, precisamente, la recreación poética de eso que olvidamos?



Esta obra se representó en el Teatro Quique San Francisco entre octubre y noviembre de 2021.


 

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