“Que ofrezca robles si se juzga monte” R. Darío. A un poeta.
Invocación
Sombras y destellos, habladme Vida, te escucho Siluetas en muros y calles Cread el mundo Susurrad ágiles verdades
Silencio, albo y duro silencio Seco como matriz añosa Estéril como el viento recio Eco hueco de oscura sombra
Bocas que en movimiento crónico Retiemblan mudas Aire que gravemente sólido Genera brumas Ondas quedas de nulo ritmo
¿Por qué queréis hablar conmigo esas palabras de los muertos? No son más que un sordo testigo De un lánguido y ajado sueño
Palabras débiles, enfermas de conveniencia Que se arrastran sobre muletas De alta sapiencia Chirriando a sutileza vieja
¿No sabéis que no las entiendo? Y ya ni las oigo, ni las veo No las huelo ni saboreo ¿están vivas, y no las siento?
¿Dónde está el valor del acento Casi imposible? ¿Dónde la estrofa, dónde el verso Inaprensible? ¿Dónde el sentido verdadero?
Busco palabras que seduzcan Y den voz a la oscuridad No las que refulgen inánimes Desde un brillante más allá
Déjad que bailen y que canten Que se recreen Dejad que nombren lo innombrable Y que se arriesguen Que apuren la vida y la ensanchen
Ya no quiero hablar las palabras Graves e inertes de los muertos Dejad que, muertas y enterradas, Sirvan de cuna a un nuevo aliento
Que ya es brisa nueva, imparable Preñada en mar y telúrico trueno grave De un titán Y arma, y boca, y espejo, y sangre
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