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Fariña | El Encanto Y El Espanto: La Seducción Del Morro.

Teatro Cofidis Alcázar

Febrero 2021



"A la mierda mis principios inmutables sobre la esencia de la interpretación. Y gracias a Fariña por permitirme enviarlos a ese viaje."

“No se si me encanta o me espanta” es una frase que sirve para indicar la reacción a algo que, aunque está claro que no te deja indiferente, no sabes si es para bien o para mal. Me la enseñó una amiga hace ya años, y aunque yo no la uso, me parece una referencia interesante porque señala a esa incomodidad que hacen sentir las obras ambiguas.


Fariña abre con una procesión de intérpretes hacia el escenario. Van saludando, y veo que conocen el recurso del teatro contemporáneo de romper la barrera con el espectador. No sé si es para provocar una actitud crítica. Creo que no, porque no hay un uso metódico del recurso. Inmediatamente después, nos revelan el género de la obra: uno de los actores recita un dato. Sin personaje, sin aparente interpretación. Así que el género está claro, y se verá corroborado a lo largo de la hora y cincuenta minutos escasos que dura Fariña. Es, sin duda, un docudrama.


"Es, sin duda, un docudrama."

Durante la primera mitad siento en varias ocasiones que mis ideas sobre qué es teatro se difuminan. Y eso se lo agradezco. A pesar de que en demasiadas ocasiones es a costa de ver algunas escenas que me transportan a una presentación de Bertín y Arévalo o de Los Morancos. No tengo nada en contra de éstos, y no me gusta el elitismo seudointelectual que arrumba espectáculos como si fueran “arte degenerado”. Pero las señales que habia recibido antes de ver la obra no apuntaban ahí, y supongo que eso generó algo de frustración.



La obra es una sucesión de datos, cuadros costumbristas y alegorías sobre la historia cierta de la evolución del contrabando en Galicia, desde el tabaco hasta la drogaína. ¿Es teatro? Lo cierto es que hay escenas y hay interpretación. Pero son cuadros, y no hay una continuidad dramática. Y no es por experimentación, ni por posmodernidad. Es que la opción de Tito Asorey, el director, es contar la historia sin centrarse en un personaje o en un conflicto determinado, y hacer algunas alegorías aderezadas de vídeo y audio. Hubo fuegos artificiales dramáticos a tutiplén, lo cual certifica, como un sello de denominación de origen, su carácter marcado de teatro español.


"La obra es una sucesión de datos, cuadros costumbristas y alegorías sobre la historia cierta de la evolución del contrabando en Galicia, desde el tabaco hasta la drogaína."

Los intérpretes me encantaron. No es mi tipo de interpretación, pero su intensidad y su frescura me invitaron a seguir allí en los momentos de más dudas. Sostener lo que sostuvieron sobre el escenario fue heroico, y tengo que reconocer que todos ellos me llegaron dentro, a algún lugar entre el corazón, el estómago y la cabeza. Y me alegro de haber aguantado en la butaca, porque hubo momentos interesantes y muy intensos. Hubo música en directo, en algunas ocasiones buena. Y al final, salí con una sensación extraña. ¿Me encantó o me espantó? Salí contento, así que de alguna forma me gustó. Después de mucho pensarlo, creo que ese sentimiento era un premio al morro que le echaron los intérpretes y al oficio que mostraron sin decaer en ningún momento. A la mierda mis principios inmutables sobre la esencia de la interpretación. Y gracias a Fariña por permitirme enviarlos a ese viaje.


"Los intérpretes me encantaron ... su intensidad y su frescura me invitaron a seguir allí en los momentos de más dudas."



A estas alturas ya sabrán que Fariña proviene de una serie homónima que a su vez proviene de un libro homónimo, ambos de éxito (sea eso lo que sea). La tarea, con esos antecedentes, no era fácil. Aún así, hubo presencia. Y de nuevo quiero resaltar que, por encima de la dirección que resolvió con oficio algunos puzzles interesantes, por encima de la propuesta escénica, interesante aunque algo ruidosa en todos los sentidos incluida la escenografía, y por encima del diseño de luces, el mérito es de los 5 intérpretes que se la jugaron allí para dar sostén a una estructura complicada de sostener. Y ahora lo entiendo todo. Me gustó Fariña precisamente por ell@s. Teniendo en cuenta el valor radicalmente central que me han enseñado a adjudicar a los interpretes en el teatro, me alegro de que fuera así. Si algo puede salvar una obra en apuros, son ell@s.



 

PD: El (XXXX) público.


Hago mención diferenciada del público porque en este caso fuimos, en nosotros mismos, una obra aparte. Los intérpretes deberían habernos aplaudido a nosotros, dado el show que tenía lugar en la parte del espectador. Fue uno de esos días en los que me convencí sin dudarlo de que es más importante que nunca establecer una Escuela de Espectadores. Abandonando mi natural poco represivo, incluso creo que se podría establecer un código del espectador que, de ser roto, obligara al infractor a hacerse un curso básico en la escuela.


La cosa no empezó bien. Dos filas delante una persona humana (creo) hablaba sin parar con la máscara por debajo de la nariz. Algo le dijeron. Pero se la colocó, tardó 2 segundos en bajarse, y allí se quedó. No soy histérico al respecto. Pero había algo de desprecio en la actitud.


"... las risas eran a volumen máximo, de forma que cualquier intento de matiz era imposible."

Al empezar la obra, según se apagaron las luces, en las filas delanteras había un grupo de espectadores que se reían antes de que nadie dijera o hiciera nada. Anticipaban los chistes, y hacían esa carrera - tan típica en conciertos - que se llama “a ver quién aplaude primero” y que estropea siempre, y sin remedio, las notas finales y el goce de ese silencio último. La anticipación ansiosa duró toda la obra. Entera. Y las risas eran a volumen máximo, de forma que cualquier intento de matiz era imposible.


En no menos de 5 ocasiones, en no menos de tres lugares distintos en el patio de butacas, pude ver a gente sacando su móvil y ... chateando. No, no era para mirar la hora. El manejo era inequívoco, y la duración también. Impresionante. A toda luz. Sin complejos. Una de las personas era la misma persona de la mascarilla. No me importa que lo hagan, pero me molesta que me desconcentren, y esa luz es muy desagradable.


"En no menos de 5 ocasiones, en no menos de tres lugares distintos en el patio de butacas, pude ver a gente sacando su móvil y ... chateando. No, no era para mirar la hora."

Detrás de mí, una joven pareja pasó la práctica totalidad de la obra comentándola. Mis peores miradas asesinas no sirvieron para nada. Comentarlo con ellos tampoco. Por lo visto no conocían la diferencia entre un teatro, el salón de su casa y un restaurante con pantalla para ver el fútbol. De nuevo, un comentario aquí y otra allá me parecen lógicos y yo lo hago. Pero un comentario constante me desconcentra y me saca de la obra.


"Por lo visto no conocían la diferencia entre un teatro, el salón de su casa y un restaurante con pantalla para ver el fútbol."

Para acabar, y omitiendo algunas otras anecdotillas no tan intensas, cuando llegó la hora de los aplausos se pusieron en pie y aplaudieron a rabiar con vítores. La persona de la mascarilla y el móvil también. Los jóvenes comentaristas también. ¿A quién aplaudían, si no podían haberse enterado de nada, dado el nivelón de sus actividades extracurriculares? Lo de siempre. Ovación pase lo que pase, que para eso hemos pagado. Lo peor de Fariña, lamento decirlo porque me encantaría algo mejor para el teatro español, fue el público.


Necesitamos urgentemente esa Escuela de Espectadores.





¡Esta obra termina el Domingo 11 de Abril!

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