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La Lengua En Pedazos | La Verdad Como Seducción

Teatro Galileo

Enero 2021


La Lengua en Pedazos parte de un texto intenso, cuidado y escrito con conocimiento y con alma. A estas alturas no es necesario decir mucho más de Juan Mayorga, porque su carrera, larga y fructífera le preceden. La puesta en escena, bajo la dirección del autor, está hecha con el oficio enorme de dos buenos intérpretes, no tanto por el resultado, como por la búsqueda de la que son capaces.



Y es que además de belleza textual e intensidad interpretativa, también llamaban desde la oscuridad de lo no-hecho algunas oportunidades perdidas:


Será tal vez por razones extra-teatrales, pero no acabé de ver un esfuerzo completo y terminado a la hora de mostrar a alguien como yo – un espectador - una obra con una tensión creciente, y una resolución clara consecuencia de esa tensión. No cuento más por no anticipar con palabras lo que debe verse en el escenario, pero no vi claro el tránsito del inquisidor desde su posesión de la verdad acrítica hasta la seducción final. Parece que ocurrió de golpe. ¿No era ese el gran motivo de la obra? Un inquisidor que quiere convencer si puede, o destruir si lo anterior falla. Y una monja díscola que no quiere dejarse doblegar sin más razón que la autoridad pura y dura. El conflicto aparece todo el rato, desde el primer momento. Pero yo no lo vi evolucionar. Me faltó el viaje.



Era expresivo, sin duda, pero... ¿de qué?


Me desconcentraron algunos de los males endémicos del teatro español: una expresividad a fogonazos, en ocasiones claramente desligada del personaje. No entendí los cambios en la emisión vocal de Clara Sanchís, hasta el punto de que a veces parecía borracha por la forma de colocar la mandíbula. Se dejaba ir por una laxitud que me afectaba, porque me sacaba del personaje. Era expresivo, sin duda, pero ... ¿de qué? Sin embargo, cuando acometía con decisión, aunque no fueran momentos de mucha explosión, era fantástica y dejaba de ser Clara Sanchís para pasar a ser Santa Teresa. Me pasaba igual con el inquisidor, interpretado por Daniel Albaladejo. Había momentos de gesticulación manual que, yo al menos, no ligaba ni al personaje ni a la relación con su compañera. Y me sacaban de la obra. Sin embargo cuando su presencia intensa y su cuerpo se hacían cargo, aparecía un inquisidor temible. En ambos casos, tanto la voz de ella como las manos de él, parecían aún envueltos en un esfuerzo de improvisación para encontrar qué hacer, y a veces acababan en subrayados (digo “pienso” y me señalo la cabeza; digo que estoy leyendo y leo con las palmas las manos) que están por debajo de las muy evidentes capacidades de los intérpretes. No parecían un resultado final. Al final, no son males de nadie en particular, sino del teatro en España. A veces la ansiedad de la búsqueda de un resultado nos precipita y en vez de cortar verduras golpeamos una tabla.



Me gustó la propuesta de convento de La Loca de la Casa, y me pareció ligeramente desaprovechada e incluso a veces algo apresurada. Me quedé con ganas de ver más veces a las compañeras de Santa Teresa, y de disfrutar del juego de hacerlas aparecer y desaparecer.


Indudablemente la puesta en escena mereció la visita al teatro. Una historia de confrontación entre la verdad expresiva y la verdad represiva. Entre la franqueza sincera y humilde de la visionaria y el recato estéril de la autoridad, necesario para mantener el poder establecido. Y un texto verdaderamente hermoso.



 

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