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EL MAL DE LA MONTAÑA | El laberinto de la verdad.


Teatro Español, Plaza de Santa Ana. Hasta el 3 de abril de 2022.

Madrid.

De: Santiago Loza

Con: Ángela Boix, Francesco Carril, Fernando Delgado-Hierro y Luis Sorolla

Dirección: Francesco Carril y Fernando Delgado-Hierro


"El teatro es el juego de crear mundos verosímiles a través de nuestros cuerpos. En esa tensión que va de lo verdadero a lo verosímil se juega a este juego. "

El teatro es el juego de crear mundos verosímiles transformando la verdad inmediata de nuestros cuerpos. En esa tensión que va de lo verdadero inmediato a lo verosímil creado se juega a este juego.


Lo verosímil no apareció en El mal de la montaña. Sí aparecieron lo ocurrente y lo investigativo. Pero si la señal del buen teatro es esa capacidad de envolverte en una realidad distinta, es necesario que aparezca esa realidad distinta para poder dejarse envolver. Da igual que sea en Verona hace siglos, o en un futuro lejano en otro planeta, o en un mundo alternativo paralelo. Da igual que sea en un páramo mientras se espera a alguien que no acaba de llegar, que que sea un Rey tiránico y absurdo que lo pierde todo por no querer perder nada. Todo puede ser. Lo único que no puede ser es que nada sea, porque entonces no hay teatro. Y en este caso no había porque lo que iba apareciendo se cancelaba a sí mismo a base de fogonazos al margen del relato.



"Hacer posible lo imposible. Contar esa historia que no puede ser, pero milagrosamente se materializa delante nuestro. ¿Qué historia? "

Las ocurrencias escénicas en serie están bien, construyen cosas, y pueden llegar a divertir. Desarrollan la imaginación y estimulan la investigación. Pero funcionan cuando se encuentran inscritas en un sistema de sentidos que desvelan algo de lo que queda por desvelar. En algún lugar, en algún tiempo. Hacer posible lo imposible. Contar esa historia que no puede ser, pero milagrosamente se materializa delante nuestro. ¿Qué historia? En El mal de la montaña, ninguna porque había demasiadas.



"Estuvimos al borde de una historia. También estuvimos al borde de una poética, al borde de una investigación, al borde de una estética."

Estuvimos al borde de una historia. También estuvimos al borde de una poética, al borde de una investigación, al borde de una estética. Pero como estaban allí los andamios con los que se pretendía construir, no pudimos dar el paso adentro, porque aquéllos tapaban la entrada. Y se nos presentaron una serie de gags - con más gracia unas veces, y con menos otras - que glorificaban la imaginación del director mientras la historia se abortaba una y otra vez en lo indeterminado. Quise amar y odiar a los personajes, entenderlos, empatizar con ellos, deshecharlos y repudiarlos. Pero a menudo no pude, porque la verosimilitud no aparecía.



" ... toda la obra fuera una crítica feroz a esa forma de interpretar que consiste en agitar los brazos y en querer ser el vecino o la vecina de enfrente. "

Algo ocurrió, sin embargo, que llamó poderosamente mi atención y desdibujó todo lo que acabo de escribir: En ese espacio investigativo que abrieron Francesco Carril y Fernando Delgado Hierro, apareció la negación de la naturalidad a través de la propia naturalidad. Es decir, la naturalidad se refutó a sí misma más allá de construcciones teóricas. En vivo y en directo. Y eso sí fue fascinante. La forma de interpretar de Ángela Boix, Francesco Carril, Fernando Delgado-Hierro y Luis Sorolla se presentó como una corriente contínua de entonación y gestualidad cotidiana, convencional, natural, de toda la vida. Y el contraste con una situación escénica estancada en fogonazos de originalidad indeterminada, hizo - y da igual que fuera queriendo o sin querer - que toda la obra fuera una crítica feroz a esa forma de interpretar que consiste en agitar los brazos y en querer ser el vecino o la vecina de enfrente. Hizo que una entonación casi monótona de Luis Sorolla, o una prosodia de comedia convencional como la de Francisco Carril resaltaran el fondo de chispas dramáticas que se presentaba tras ellos. Aunque finalmente no contaran nada articulado, al menos hubo (auto)crítica del contar. Algo es algo.

En el ritual de la creación dramática, el primer sacrificio humano que exige la diosa del teatro es el del director con una necesidad expresiva poderosa pero asistemática e indefinida que adquiere prioridad sobre sus intérpretes y sus textos. Porque su presencia – a través de sus exigencias estéticas - acaba eclipsando a esos mismos intérpretes y textos. Y la verosimilitud acaba siempre en el lado equivocado del teatro. En El mal de la montaña, sin embargo, no estaba localizada: flotaba desubicada de un lado a otro, huérfana vengativa, trastocando la búsqueda de la cotidianeidad que parecía ocupar a los intérpretes.



"Quiero seguir soñando que El mal de la montaña fue un atentado consciente contra el teatro convencional. Y que el precio que tuvo que pagar fue el de prescindir de lo verosímil."

No es necesario que el teatro cuente nada en el sentido más convencional. Pero sí es necesario que haga aparecer ante nosotros un mundo abierto de alguna manera, por extraña que sea. Que nos regale algo de lo verosímil. Quiero seguir soñando que El mal de la montaña fue un atentado consciente contra el teatro convencional. Y que el precio que tuvo que pagar fue el de prescindir de lo verosímil y por lo tanto de una historia o de un mundo nuevo. Así podré volver a sacrificar con gusto mis creencias no muy arraigadas sobre el teatro y la realidad, que es la pasión que me consume. A mí, y a El mal de la montaña.


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Esta obra sigue en escena hasta el 3 de abril de 2022. ¿Te gustaría verla?


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