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Naves del Español en Matadero. Sala Max Aub.

Febrero - Marzo 2023.


"Es urgente perderle el respeto al público. Éste es el mensaje esencial del Los Nadadores Diurnos - Salón de Belleza."

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Es urgente perderle el respeto al público. Éste es el mensaje esencial del Los Nadadores Diurnos - Salón de Belleza.


En una época de diseminación del sentido que ya va durando lo suyo (toda una generación de escritores que van detrás de una generación de estetas que van detrás de de otra generación de filósofos), esta obra enorme, elefantiásica, se convierte en paradigmática. Nos representa como a seres que han alcanzado su actual forma a base de representar. Y en eso uno se puede perder. Pensando, por ejemplo, que todo lo que uno cuenta vale porque se le ha ocurrido a uno.


"Perder el respeto al público es urgente si eso significa no estar pendiente de lo que el público espera, no intentar agradar a cualquier precio, ni dejar de explorar formas y sentidos por no ofender."

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Empezaron los intérpretes contándonos algunas cosas cosas que configuraban un mundo interesante. Una búsqueda, un viaje al interior de un personaje que tiene que salir al universo exterior para averigüar algo que le dejó una marca en sus intestinos. Interesante. Aparecieron personajes fascinantes: amantes, niños paloma, músicos callejeros y más que prometían otro mundo. El relato se armó con bailes y con música y con voces y con luces y eso me encanta. Había búsqueda de formas expresivas que mostraran algo nuevo.


Pero a partir de la hora de representación las formas se empezaron a gustar a sí mismas, la dire se empezó a gustar a sí misma, los intérpretes se empezaron a gustar también, y la diseminación se disparató hasta que se convirtió en esparcimiento personal. Y empezaron a contárnoslo Todo de todas las formas posibles. Y el sentido no se diseminó, sino que se perdió. Y todo desapareció en una mera forma sin contenido. Forma brillante, eso sí, con todo tipo de propuestas visuales. Pero el que más desapareció fue el público, porque la obra se volvió independiente de la relación que se intentaba forjar entre intérpretes y asistentes.


Perder el respeto al público es urgente si eso significa no estar pendiente de lo que el público espera, no intentar agradar a cualquier precio, ni dejar de explorar formas y sentidos por no ofender. Pero perder el respeto al público a veces significa hacer como que no existe. Como que esa comunicación imprescindible en teatro entre los que están en escena y los que contemplan la escena no existe. Y esa pérdida de respeto no sirve para nada, porque lo que desparece es el Teatro, también con T mayúscula.


"El caso es que ... a base de esparcimiento creciente y de gestualidad desatada, llegó el exceso. Lástima. Me quedé sin saber más del explorador viajero, del Niño Paloma y del resto de fascinantes personajes que creó José Manuel Mora."

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Aunque me encanta, y creo en ello con firmeza y pasión, no voy a entrar en el análisis de la interpretación. Gestualidad estándar ya es un clásico para el teatro español que prefiere eso antes que hacer personajes, y que lo premia con ovaciones en pie y con reconocimientos oficiales. Manuel Tejera abordó desde el principio ese explorador a base de estándares gestuales que hablaban mas de su atrevimiento que de su personaje. Juan Codina fue a sus manos lo que Pepe Viyuela suele ser a su cara, un repertorio inacabable de gestualidad, que decía más de su habilidad que de su personaje. Pero dije que no hablaría de esto. Así que, al más puro estilo parlamentario, he hablado de ello en la forma de hablar que consiste en decir que no vas a hablar. Me pudo la pasión. Pido disculpas insinceras y continúo.


El caso es que nos habíamos quedado en que, a base de esparcimiento creciente y de gestualidad desatada, llegó el exceso. Lástima. Me quedé sin saber más del explorador viajero, del Niño Paloma y del resto de fascinantes personajes que creó José Manuel Mora. A partir de este momento, nos lo contaron Todo. Sólo porque podían. Sólo porque tenían talento para hacerlo. Sin límite, sin creer en la sencillez. Pensando que todo lo que se nos ocurre tiene que salir a escena. Pero en ese contarlo Todo se perdieron los personajes y ya no supe más.


Yo también tengo miedo a desaparecer, y a veces siento que tengo que replicarme íntegro y en mi totalidad exhaustiva y así tal vez ... Pero no. En teatro, al igual que en la vida, no funciona así. Cuando de repente intentas contarlo todo, Todo, acabas corriendo el riesgo de no contar nada por exceso. Una sola historia las cuenta todas. Contándolas todas a la vez, no cuentas ninguna.


"Y yo tampoco creo en las duraciones prestablecidas, ni en la castración de la creatividad por razones de espacio-tiempo ... Pero aquí se confunde la eternidad del momento con el momento eterno por estiramiento, y no es lo mismo."

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El exceso también se comió el final. O mejor dicho, los finales. Porque pudo haber hasta siete.


Y yo tampoco creo en las duraciones prestablecidas, ni en la castración de la creatividad por razones de espacio-tiempo. Porque en un momento se puede crear una eternidad como ya sabía Wittgenstein. Pero aquí se confunde la eternidad del momento con el momento eterno por estiramiento, y no es lo mismo.


Después de siete éxtasis finales, con sus crescendos sinfónicos y su despliegue de habilidades artísticas de todo tipo, siempre había un no-final. El primero era perfecto para acabar. El segundo excesivo en línea con la obra. El tercero ya demasiado largo. El cuarto, prosaico. Los últimos, masturbaciones solitarias ante un público borrado de la relación sin despedida.


Llegamos a las dos horas y media. Y atrás quedaba ese comienzo prometedor como si de otra obra se tratase. Delante de mí solamente los restos de una promesa, y, eso sí, un elenco extremadamente talentoso (todos polímatas que bailaban, cantaban, declamaban e interpretaban instrumentos con mucha pericia). Para sostener ciento cincuenta minutos de obra hace falta más pegamento que el exceso y el deseo de contarlo todo.

"Delante de mí solamente los restos de una promesa, y, eso sí, un elenco extremadamente talentoso."


¿Quieres ver más críticas?

Échale un vistazo a nuestras publicaciones anteriores:


El Mal de la Montaña

De Santiago Loza

Teatro Español


La Batalla de los Ausentes

Dirección de Paco de la Zaranda

Teatro Español


Noche de Reyes

Dirección Helena Pimenta y Álvaro Tato

Teatro Español en las Naves del Matadero



Links:



Página Web de la sala:


Entradas:


Escuela de teatro Jorge Eines.

Mayo 2022.


"Expresar ... hablar de lo ciego, de lo roto, dar voz a lo que no puede tenerla, nombrar lo inmencionable."

F. Savater, de Ciorán.


"Si CIORÁN, Sólo para 7 ... y mi madre me ha llegado así, la obra ha sido un éxito. En el mejor de los sentidos de la palabra éxito: ha pasado al archivo eterno de la huella expresiva."

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Reverberan en las paredes mate de la sala los últimos instantes de CIORÁN, sólo para 7 ... y mi madre. Cierro los ojos saboreando los últimos destellos. Alguien niega el final aplaudiendo. Luego llega la carrera para ver quién tiene más largo el aplauso. No compito. Yo no quiero perderme esa sublimación que transforma lo actuado en espíritu, e intento no oír. Cierro los ojos; y con los ojos cerrados y ese Ciorán bien hecho en la retina pienso que amo profundamente ese silencio entre la última acción de la obra y el primer gesto de civilización adiestrada que coge cuerpo en un aplauso. En ese silencio está la obra, y en ese instante la eternidad a la que está accediendo. Cada obra es un canto del cisne. Una glorificación de lo efímero y una reivindicación de su solidez instantánea y por lo tanto, precaria y eterna a la vez.


Si Ciorán me ha llegado así, la obra ha sido un éxito. En el mejor de los sentidos de la palabra éxito: ha pasado al archivo eterno de la huella expresiva. El límite ha ejercido su magia: la exploración de Carlos Bolívar ha acabado en hallazgo. Hay teatro. Hay Teatro.


"El límite ha ejercido su magia: la exploración de Carlos Bolívar ha acabado en hallazgo. Hay teatro. Hay Teatro."
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Hay dos tipos de producción artística. Una, la que elabora sobre lo conocido y busca el triunfo en lo seguro. Otra, la que busca en el límite de la expresión, caiga quien caiga, incluso aunque sea uno mismo el que corra el riesgo de caer. La primera crea escuelas artísticas, ideología, teoría y práctica en forma de recetas. La segunda se echa a caminar por donde no hay camino, ignorando lo aceptable, y arriesgando hasta que las palabras cobran dimensión de vida, de sentido y por lo tanto de Acción ... Esta última es a la que pertenece CIORÁN, sólo para 7 ... y mi madre.

"La segunda se echa a caminar por donde no hay camino, ignorando lo aceptable, y arriesga hasta que las palabras cobran dimensión de vida, de sentido y por lo tanto de Acción ... Esta última es a la que pertenece CIORÁN, sólo para 7 ... y mi madre."

Cualquiera que sepa leer puede leer a Ciorán. Much@s de ell@s pueden entenderlo. Algun@s pueden incluso superar el lugar común de un supuesto existencialismo de revista del corazón filosófico y ahondar en su pensamiento con palabras y gestos conceptuales. Pero eso les aleja del límite expresivo. Leer, entender, superar ... todo forma parte del desarrollo expresivo común que acumula sobre lo conocido. Y se hace tautología. Se expresa a sí mismo, mostrenco. Alejado de todo riesgo. Y por eso Ciorán explicado, hablado o razonado, no es Ciorán. Lo perdemos en el momento en que lo decimos.


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"... es que a Ciorán no hay que leerlo o entenderlo. A Ciorán hay que hacerlo."

Yo abandoné a Ciorán por ésto. Es decir, por inocuo. Hasta que vino Carlos Bolívar y me lo explicó en su obra: “... es que a Ciorán no hay que leerlo o entenderlo. A Ciorán hay que hacerlo”. Y no lo dijo con palabras, sino con Teatro. Es decir, lo dijo haciéndolo. Teatro, con T grande. Con Teatro del límite. Con Teatro del riesgo.


Un comienzo sublime con la esencia de ese personaje puesta en el cuerpo (pues Ciorán ya es personaje desde el principio) pone delante la primera transformación: la conciencia de sí solo puede acabar en frustración y enfado, aunque sin ella no seamos nada. Un espejo, un maldito espejo, un espejo odiado que somos nosotros, y del que no nos podemos deshacer, porque si nos deshacemos del espejo ... ¿quién odia? ¿quién olvida? Y a partir de ahí que desfile y se muestre ante nosotros esa parada de retazos de realidad dolorosamente (y gozosa en el dolor) consciente. Que cobren vida, aunque duela. Que quede delante con ese niño petrificado, recuerdo del recuerdo del recuerdo. Y ábrase espacio a partir de él para todo lo que se convoca después. Aparezcan pantocrátores del pimiento, flores mansas, susurros encapsulados ... y hágase el mundo.

"Que cobren vida, aunque duela. ... Aparezcan pantocrátores del pimiento, flores mansas, susurros encapsulados ... y hágase el mundo."

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Quien quiera saber qué es hacer a Ciorán - y creánme que deberían querer - tiene que averigüar primero cómo y dónde verlo. Y de todo lo que tiene que ver con esta obra, eso es lo único difícil. Todo lo demás, lo puramente representativo, fluyó con el descaro que caracteriza a las obras de Carlos, buscando el límite de lo teatral en lo performativo y vice-versa. Saltando por encima y reptando debajo de las convenciones, incluidas las convenciones que quieren sustituir a otras criticando las convenciones. CIORÁN, sólo para 7 ... y mi madre es una cuerda floja afilada, en la cual lo convencional no asoma porque en cuanto quisiera hacerlo tendría que dejar de serlo para poder sostenerse en ese espacio lleno de marcas imposibles pero presentes: un detrás ausente por lo grave y lleno de objetos alineados, que se convierte en un delante presente y que adquiere lugar propio; y cuyos objetos-habitantes generan un mundo a través del trabajo demiúrgico-performativo de Carlos Bolívar. En su trabajo, el autor generosamente elabora un manual práctico - aunque inimitable afortunadamente, porque eso espolea el deseo de la construcción propia - sobre cómo construir sentido.

"En su trabajo, el autor generosamente elabora un manual práctico ... sobre cómo construir sentido."
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Si tienen la suerte de averiguar dónde y cuándo se representa, y ven CIORÁN, Sólo para 7 ... y mi madre, déjense ir. Hagan el viaje con Carlos y verán que Ciorán es mucho más interesante hecho que leído. Bien hecho, ni mucho ni poco, de acuerdo a las recetas de la alquimia teatral de Carlos Bolívar. Y cuando acabe la obra, cierren los ojos y resistan durante algún segundo el impulso de aplaudir, de reinterpretar o de transformar en palabras lo visto. El Existencialismo comienza ahí.

"Bien hecho, ni mucho ni poco, de acuerdo a las recetas de la alquimia teatral de Carlos Bolívar. ... El Existencialismo comienza ahí."


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Échale un vistazo a nuestras publicaciones anteriores:




El Mal de la Montaña

De Santiago Loza

Teatro Español



La Batalla de los Ausentes

Dirección de Paco de la Zaranda

Teatro Español



Noche de Reyes

Dirección Helena Pimenta y Álvaro Tato

Teatro Español en las Naves del Matadero



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Teatro Español, Plaza de Santa Ana. Hasta el 3 de abril de 2022.

Madrid.

De: Santiago Loza

Con: Ángela Boix, Francesco Carril, Fernando Delgado-Hierro y Luis Sorolla

Dirección: Francesco Carril y Fernando Delgado-Hierro


"El teatro es el juego de crear mundos verosímiles a través de nuestros cuerpos. En esa tensión que va de lo verdadero a lo verosímil se juega a este juego. "

El teatro es el juego de crear mundos verosímiles transformando la verdad inmediata de nuestros cuerpos. En esa tensión que va de lo verdadero inmediato a lo verosímil creado se juega a este juego.


Lo verosímil no apareció en El mal de la montaña. Sí aparecieron lo ocurrente y lo investigativo. Pero si la señal del buen teatro es esa capacidad de envolverte en una realidad distinta, es necesario que aparezca esa realidad distinta para poder dejarse envolver. Da igual que sea en Verona hace siglos, o en un futuro lejano en otro planeta, o en un mundo alternativo paralelo. Da igual que sea en un páramo mientras se espera a alguien que no acaba de llegar, que que sea un Rey tiránico y absurdo que lo pierde todo por no querer perder nada. Todo puede ser. Lo único que no puede ser es que nada sea, porque entonces no hay teatro. Y en este caso no había porque lo que iba apareciendo se cancelaba a sí mismo a base de fogonazos al margen del relato.


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"Hacer posible lo imposible. Contar esa historia que no puede ser, pero milagrosamente se materializa delante nuestro. ¿Qué historia? "

Las ocurrencias escénicas en serie están bien, construyen cosas, y pueden llegar a divertir. Desarrollan la imaginación y estimulan la investigación. Pero funcionan cuando se encuentran inscritas en un sistema de sentidos que desvelan algo de lo que queda por desvelar. En algún lugar, en algún tiempo. Hacer posible lo imposible. Contar esa historia que no puede ser, pero milagrosamente se materializa delante nuestro. ¿Qué historia? En El mal de la montaña, ninguna porque había demasiadas.


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"Estuvimos al borde de una historia. También estuvimos al borde de una poética, al borde de una investigación, al borde de una estética."

Estuvimos al borde de una historia. También estuvimos al borde de una poética, al borde de una investigación, al borde de una estética. Pero como estaban allí los andamios con los que se pretendía construir, no pudimos dar el paso adentro, porque aquéllos tapaban la entrada. Y se nos presentaron una serie de gags - con más gracia unas veces, y con menos otras - que glorificaban la imaginación del director mientras la historia se abortaba una y otra vez en lo indeterminado. Quise amar y odiar a los personajes, entenderlos, empatizar con ellos, deshecharlos y repudiarlos. Pero a menudo no pude, porque la verosimilitud no aparecía.


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" ... toda la obra fuera una crítica feroz a esa forma de interpretar que consiste en agitar los brazos y en querer ser el vecino o la vecina de enfrente. "

Algo ocurrió, sin embargo, que llamó poderosamente mi atención y desdibujó todo lo que acabo de escribir: En ese espacio investigativo que abrieron Francesco Carril y Fernando Delgado Hierro, apareció la negación de la naturalidad a través de la propia naturalidad. Es decir, la naturalidad se refutó a sí misma más allá de construcciones teóricas. En vivo y en directo. Y eso sí fue fascinante. La forma de interpretar de Ángela Boix, Francesco Carril, Fernando Delgado-Hierro y Luis Sorolla se presentó como una corriente contínua de entonación y gestualidad cotidiana, convencional, natural, de toda la vida. Y el contraste con una situación escénica estancada en fogonazos de originalidad indeterminada, hizo - y da igual que fuera queriendo o sin querer - que toda la obra fuera una crítica feroz a esa forma de interpretar que consiste en agitar los brazos y en querer ser el vecino o la vecina de enfrente. Hizo que una entonación casi monótona de Luis Sorolla, o una prosodia de comedia convencional como la de Francisco Carril resaltaran el fondo de chispas dramáticas que se presentaba tras ellos. Aunque finalmente no contaran nada articulado, al menos hubo (auto)crítica del contar. Algo es algo.

En el ritual de la creación dramática, el primer sacrificio humano que exige la diosa del teatro es el del director con una necesidad expresiva poderosa pero asistemática e indefinida que adquiere prioridad sobre sus intérpretes y sus textos. Porque su presencia – a través de sus exigencias estéticas - acaba eclipsando a esos mismos intérpretes y textos. Y la verosimilitud acaba siempre en el lado equivocado del teatro. En El mal de la montaña, sin embargo, no estaba localizada: flotaba desubicada de un lado a otro, huérfana vengativa, trastocando la búsqueda de la cotidianeidad que parecía ocupar a los intérpretes.


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"Quiero seguir soñando que El mal de la montaña fue un atentado consciente contra el teatro convencional. Y que el precio que tuvo que pagar fue el de prescindir de lo verosímil."

No es necesario que el teatro cuente nada en el sentido más convencional. Pero sí es necesario que haga aparecer ante nosotros un mundo abierto de alguna manera, por extraña que sea. Que nos regale algo de lo verosímil. Quiero seguir soñando que El mal de la montaña fue un atentado consciente contra el teatro convencional. Y que el precio que tuvo que pagar fue el de prescindir de lo verosímil y por lo tanto de una historia o de un mundo nuevo. Así podré volver a sacrificar con gusto mis creencias no muy arraigadas sobre el teatro y la realidad, que es la pasión que me consume. A mí, y a El mal de la montaña.


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Esta obra sigue en escena hasta el 3 de abril de 2022. ¿Te gustaría verla?


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