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El Cielo y la Tierra no tienen benevolencia, para ellos los seres sólo son perros de paja. El sabio no tiene benevolencia, para él las gentes del pueblo sólo son perros de paja

Tao Te King


Invocación

No me mires nunca más Y aunque te pida lo contrario, mírame Que no te quiero olvidar


Una escollera errática de propósito incierto Un levante desnortado, olas ignorando al viento Otro emblema sin nobleza, luz de triste sustento Y refulge y restalla en mis ojos el sol desierto Es otro perro muerto


Sirenas que atraen sirenas, ecos en desconcierto El peligro que se deslíe, el mar atado y lento Me llaman voces mudas, el amor flaco y hambriento Y yo sordo honorable para seguir a cubierto De ese otro perro muerto


Me escondo a ciencia cierta y un sueño muere despierto Palabra tras palabra tras palabra me sirven de ungüento “Aplicar sobre la herida”, dicen y cuento el cuento Que me permita olvidar que allí yace al descubierto Aún otro perro muerto


Otro perro que matamos y soy yo el que ha muerto Otro perro muerto que ladrando al sufrimiento Se dejó en el piche de mis ojos su último aliento Otro tú, otro yo, otro todos, es otro perro. Muerto.


Mira, otro perro muerto,


Uno, el primero Dos, no lo mires Infinitos, el infierno.


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Teatro Tribueñe. Madrid.

Diciembre 2020.

 

Me fascina, aunque a una distancia calculada, el teatro de variedades, sea en el formato que sea, incluso cuando en puridad ni siquiera sea, estrictamente hablando, teatro. Pero ¿quién querría ser estricto hablando? Yo, no.


Y por eso fui a ver esta puesta en escena imposible, exhuberante, vodevilesca y cupleizante, de la vida de una de las estrellas más brillantes de nuestro universo artístico. Y no exagero. Para los actuales abuelos y bisabuelos es aún una referencia real. Para los babyboomers una o dos canciones que suenan y resuenan. No cuento más. Si sienten curiosidad, vayan a ver la obra.


Quiero pensar que el texto refleja bien la imaginación de su autor. No tengo el gusto, pero por lo que vi, me place creer que el texto de esta obra es una externalización de esa imaginación desbocada y extremadamente bien informada, relacionada con el mundo de la canción española de finales del siglo XIX y primera mitad del XX. Como dice un buen amigo, esta obra se debe de parecer a Hugo Pérez de la Pica. Y ese es la mejor alabanza que puedo hacer a un escritor dramático.


El vestuario, de Hugo Pérez de la Pica, es un museo andante de trajes de época. Preciso, y con un sabor a auténtico que aleja del teatro moderno tanto como agrada la curiosidad histórica.


La escenografía es lo menos estandarizado que tiene la obra, no por la asunción de riesgos o supuestos posmodernos. Lo es porque mezcla elementos antiguos con sustituciones simbólicas algo (pero no mucho) más modernas y atrezzos imposiblemente ingenuos en las que un balcón es ... ¡un balcón!. Todo junto sigue milagrosamente pareciendo una varieté.


Las actrices y actores, a la antigua: intensidad maravillosa en las damas (no en los caballeros) que genera buenos momentos creíbles. Ellos algo más pobres en la expresión. Y todo lleno de movimientos milimetrados y dirigidos por ... sí, lo adivinaron, Hugo Pérez de la Pica - que forman y reforman cuadros una y otra vez.


Una dirección a la antigua, llena de órdenes y espacios marcados, hacen de la obra una reliquia hermosa que apunta a lo que ya no es, sobre todo por lo que ya no está. En algunas producciones que he visto recientemente sería de agradecer que, ya que no van a asumir riesgos interpretativos más de nuestra época, al menos la dirección fuera más rigurosa a la antigua. En medio no hay nada más que subjetividad asustada.


Me comentan que hubo una versión anterior mejor. No puedo comparar, pero me dicen que precisamente aquella no tenía lo que justo hoy me ha sobrado. Han introducido una Raquel Meller mayor que hace las veces de narrador. Es una actriz intensa, con fuerza y con carácter. Pero es rusa. No hay nada malo en ser rusa. Yo mismo soy español y me cuentan que, por lo visto, existen más nacionalidades. Pero, aunque nuestra actriz habla un español admirable (ya quisiera yo hablar ruso la mitad de bien) sin embargo el acento es un recuerdo permanente de que no es Raquel Meller. Y eso me sacaba de la obra una y otra vez. El problema es que si escogieron una puesta en escena clásica, en donde un balcón es un balcón y un traje de lagarterana es un traje de lagarterana, entonces una rusa es una rusa. Si hubieran escogido una puesta en escena más contemporánea, asumiendo ciertos riesgos en la creación del personaje y de la obra, entonces podría ser china o de Namibia. Pero no se puede tener todo. Por otro lado la cantidad de números es excesiva. Quizá Hugo ha cometido el error de contar todo lo que sabe. Y si bien es cierto que para que eso pase hay que saber, no es menos cierto que cuando uno sabe, lo siguiente que hay que aprender es a renunciar a contarlo todo. Me hablan de una propuesta anterior más sencilla, más directa, sin narradorra rusa. Sueño con ella.


Me encanta esta sensación de haber disfrutado de un teatro que yo no haría nunca. Toda mi vida teatral la he pasado buscando cómo hacer teatro de otra forma. Más técnica. Más arriesgada. Adoro esta contradicción.


No volvería a verla, a no ser que me digan que ha vuelto al formato original. Pero desde luego sí la recomendaría. Hugo Meller bien merece un paseo hasta la sala Tribueñe.

La música callada La soledad sonora”

Cántico espiritual. San Juan de la Cruz.


Invocación

Ritmos del silencio, oid Cómo se callan El agua, la sierpe, la vid Y luego estallan en aires que dicen: Venid.


Escucha al mar … si sientes tentaciones De reclamarlo en propiedad, de atarlo Con palabras y números, con piedras Como los duros nombres, esas cárceles.


Si estás celosa de su libertad, O temerosa de su ligereza; Si un brote rígido de solidez Te susurra al oído: “es tuyo, es tuyo”


Si cedes, y lo abocas a una celda De vocablos, a un ataúd de pétreos Cristales, a un escaparate inerte; El mar se quedará contigo, sí.


Y estará siempre disponible y dócil Para tus labios: lo podrás nombrar. Pero será tan solo un espejismo. No será él, sino escultura rígida.


Y deberá callar para que tú hables. Lo podrás mencionar y decir “mío”, “Mi mar, mis olas, mis corrientes, ¡¡mío!!”, pero lo enmudecerán tus palabras.


¿Respirarás tranquila si lo haces? Demasiado tranquila, mira bien: Serás la dueña triste y solitaria De un corazón mudo, de un muerto hermoso.


Siente … y escucha el relato del mar acaricia su piel arcaica, suéñalo; deja que te susurre, que te hable. Entiende que no hay nada que entender.


El mar es un inmenso corazón. Su latido es el latido del mundo. Es el mismo que se palpa en mi pecho cuando lo sientes con tus dedos sabios.


El que bajo tus pechos martillea, pues ellos son seguramente olas que repiten el flameo marino, danza infinita de placer undoso.


Si tienes dudas y el mundo se llena de palabras que tejen una red inexpugnable, asfixiante, sombría, volvamos juntos al mar, de la mano.


Dejaremos sonar su son acuoso Y la playa será nuestro auditorio. Tomémonos, oigamos los latidos En nuestra piel, en todos sus rincones.


Callen las palabras, suene el agua:


Ay, qué dulce era el mar Más, porque no me miraste a los ojos Fui a la orilla a llorar Hoy sólo soy despojos Pues salé el mar, y fue por dos antojos


Por dos antojos Yo salé el mar Por esos ojos


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