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“Que ofrezca robles si se juzga monte” R. Darío. A un poeta.


Invocación

Sombras y destellos, habladme Vida, te escucho Siluetas en muros y calles Cread el mundo Susurrad ágiles verdades


Silencio, albo y duro silencio Seco como matriz añosa Estéril como el viento recio Eco hueco de oscura sombra


Bocas que en movimiento crónico Retiemblan mudas Aire que gravemente sólido Genera brumas Ondas quedas de nulo ritmo


¿Por qué queréis hablar conmigo esas palabras de los muertos? No son más que un sordo testigo De un lánguido y ajado sueño


Palabras débiles, enfermas de conveniencia Que se arrastran sobre muletas De alta sapiencia Chirriando a sutileza vieja


¿No sabéis que no las entiendo? Y ya ni las oigo, ni las veo No las huelo ni saboreo ¿están vivas, y no las siento?


¿Dónde está el valor del acento Casi imposible? ¿Dónde la estrofa, dónde el verso Inaprensible? ¿Dónde el sentido verdadero?


Busco palabras que seduzcan Y den voz a la oscuridad No las que refulgen inánimes Desde un brillante más allá


Déjad que bailen y que canten Que se recreen Dejad que nombren lo innombrable Y que se arriesguen Que apuren la vida y la ensanchen


Ya no quiero hablar las palabras Graves e inertes de los muertos Dejad que, muertas y enterradas, Sirvan de cuna a un nuevo aliento


Que ya es brisa nueva, imparable Preñada en mar y telúrico trueno grave De un titán Y arma, y boca, y espejo, y sangre


Más poesía en:



 

Teatro Infanta Isabel. Madrid.

Noviembre 2020.

 

Guillém Cluá, autor de esta obra de 2017, fue el galardonado con el Premio Nacional de Literatura 2020. Hace unos meses leí un hilo de twitter que escribió contando una historia hermosa:



No había visto ni leído nada de él antes. Me movía, por lo tanto, la curiosidad. Un buen comienzo.


El texto es dramático, sin duda. No solo porque sea teatral, o porque tenga un cierto carácter trágico, que también. Además es que tiene un estructura claramente hecha para la escena, con una serie de direcciones cambiantes y revelaciones crecientes que abren la posibilidad de la representación a través del conflicto. No es su mejor texto, por lo que he leído. Quizá algo blando en su buenismo reivindicativo, aunque hay que reconocer que este tipo de textos seguirán siendo imprescindibles en tanto en cuanto la homofobia siga plenamente vigente en sus versiones más disfrazadas o más crudamente desnudas. Lamentablemente, igual que el infierno está lleno de buenas intenciones, y la mala filosofía está llena de bellos sentimientos, el teatro tambien tiene ese peligro esperándole a la vuelta de cada esquina.


La escenografía de Alessio Meloni trataba de recrear un espacio con voluntad decorativa. No es malo querer crear cosas bellas, pero en teatro no es suficiente. Especialmente en determinado tipo de obras sería bueno arriesgar un poco más, y sobre todo traer a escena aquello que realmente es parte de la escena. Es decir, todo lo que ayuda a sostener el conflicto, o los conflictos que se plantean. No dejar pasar un color o una forma sin preguntar qué tiene que ver con el conflicto e incluso cómo pueden l@s intérpretes utilizarlo.


En cuanto a los actrices/actores, fueron sin duda un problema desde el inicio. Carmen Maura no hace nada. Literalmente. Y si actuar tiene que ver con la creación de un personaje a través de lo que hace un cuerpo, entonces no había personaje, y por lo tanto no había actuación. Gestos cortos, cotidianos, escasos. Una voz de Carmen Maura y una indefinición que no ayudaba a empatizar con una madre que ha vivido tanta tragedia. Sin intensidad no hay escena, y eso que tan sólo es un requisito previo para todo lo que debe venir después. En cuanto a Félix Gómez, al menos trabajó con intensidad y había un cierto espíritu de búsqueda (aunque lamentablemente no una búsqueda real) que quedó objetivado en un conjunto estándar de gestos considerados “de actor”. Cuando llegó el momento del patetismo cumplió ... y poco más. Pero al menos había algo de personaje, y ese viaje es de agradecer cuando tu compañera ni siquiera lo ha empezado.


La dirección de Josep María Mestres permitió que esto ocurriera. Me puedo imaginar el laberinto irresoluble de una producción con el gancho de Carmen Maura como una necesidad comercial y un director que nota que falta algo. ¿Qué se hace ahí? ¿Como se anima a un compañero a trabajar y minar oro? No le arriendo la ganancia. Aunque quizá algo más de conflicto en el cuerpo, y por qué no, en la escenografía o al menos con ella, hubiera ayudado mucho. Y eso requiere un@ director@ presente.


El público, como siempre: aplausos en pie. ¿Por qué? Esta es la pregunta que más me fascina en muchas obras. La respuesta se vino anticipando a lo largo de la representación. Cada vez que Carmen Maura abría la boca, había dos o tres personas dispuestas a reirle la gracia, aunque no fuera una gracia, y aunque no supieran muy bien de qué se reían. Supongo que era un homenaje evocador de aquella Carmen Maura almodovariana. O simple nostalgia. Esas mismas personas se levantaron y aplaudieron como si se fuera a acabar el mundo y solo se fueran a salvar los que estuvieran de pie aplaudiendo. Fui con unos amigos a los que les encantó la obra. Les pregunté por qué. Me contaron que la vivencia del chico les había hecho recordar episodios parecidos. Entonces aplaudieron a su propio valor. Sigo pensando que al teatro hay que ir a aplaudir según la valía de lo que se ha visto y oído. Y de nuevo, no ocurrió. De nuevo aplausos por lo que representa el conflicto, o aún peor, por lo que cuesta la entrada.


No volvería a ver esta obra, y lamentablemente a no ser que las interpretaciones cambien mucho, tampoco la recomendaría a nadie. A pesar de la evidente valía de todos los implicados y las posibilidades del texto, falta objetivar esa valía en un trabajo más arriesgado. La empatía a través del dolor bien merece más riesgo y menos comercio.

El 15 de mayo de 2011 el pueblo español, vanguardista y valiente, se rebeló. Fue Pueblo en el sentido más político, más humano. Dijo basta y fue audaz. Y extremadamente pacífico. Fue fuerte y libre. Y exigió al estado que, ya que tenía que existir, al menos sirviera al pueblo, dejara de mentir, dejara de aniquilar la separación de poderes, dejara de servir a los poderosos. Exigió al poder político que fuera heroico, como ellos.


Los partidos políticos, asustados y conscientes del valor que tenía este movimiento, pasaron por aquel lugar imaginario - por aquella Utopía enorme - como depredadores del poder político que son, desde PPSOE, hasta Cs, pasando por los SS (sindicatos serviles-subvencionados) hasta la izquierda comunista. Todos querían aprovechar el nicho de votos de los indignados, que se traduciría para quien los consiguiera en poder y dinero. Y se llevó el gato al agua Pablo Iglesias con unos colegas.


Hace pocos días nuestro previsible próximo vicepresidente del gobierno, ese mismo Pablo Iglesias, publicó un artículo en The Guardian:



A mi me tocaba hacer un post post-electoral (valga la rebuznancia aliterante). Y, aunque quería hablar de lo importante (del insólito gorjeo auroral de los gorriones madrileños, esos heraldos de la esperanza urbanita), de nuevo, como casi siempre, me toca ocuparme de lo urgente.


Como quiera que estoy plenamente convencido de que el análisis de la realidad se puede empezar por cualquier lado, porque la realidad es mapa, y porque cada uno de sus elementos es señal que apunta a todo el resto; como cualquier nodo de la realidad me vale para llegar a cualquier otro porque, total, qué prisa llevas; y como quiera que el artículo de Pablo Iglesias lo cuenta todo sin contarlo del todo y eso es interesante, empecemos por ahí.


Es un hecho contrastado que la realidad, igual que el pasado, se crea. Ante esto caben dos posturas: Una, la que considero más libertaria, que tiene en cuenta lo vivido para crear una realidad acorde y desde ahí soñar lo necesario - la Utopía; la otra, la más estatalista, y por lo tanto conservadora y autoritaria, que descarta los datos que no le convienen para crear una realidad acorde a lo deseado de antemano, sin interesarle la tozuda realidad, y modificando lo vivido. Esta última aúna a los principales líderes políticos, incluido Iglesias y su artículo es un ejemplo paradigmático.


Lo deseado de antemano que persiguen Iglesias, Sánchez, Casado y Abascal es el poder, es decir, la capacidad irrestricta de imponer un criterio sobre los demás, y todas sus consecuencias prácticas. En eso, en desear ese poder por encima de lo vivido hasta modificar la realidad, están juntos Sánchez, Iglesias, Casado y Abascal. También lo están en su adhesión al principio más totalitario de todos: hay que llegar al poder para cambiar las cosas, cueste lo que cueste. El problema es que cambiar las cosas cueste lo que cueste ... es no cambiar nada. Es más de lo mismo. Y el poder acaba por demostrarlo destruyendo cualquier atisbo de deseo de cambio.


Lo que cuenta Iglesias es mucho menos importante que lo que no cuenta. Lo que omite señala hacia dónde quiere ir, y por lo visto, dónde va a llegar.


¿Omisiones en el artículo de Iglesias? La inutilidad carísima de la repetición electoral; El descenso en votos, tanto de él como de Sánchez; el problema de la inmigración, que lo es y que existe en muchos planos y que necesita atención y matices para que no triunfen las posturas populistas; el problema de la falta de respuesta estatal a la situación catalana que hace que el estado parezca débil con los fuertes y aplastante con los débiles; el problema de que su falta de soluciones haya hecho ascender de forma imparable el nacional-catolicismo de PP y VOX. La falta de una explicación de cómo es posible negociar con alguien que, teóricamente, tan alejado está de sus supuestos principios anticorrupción como el PSOE (que es un partido esencialmente corrupto, como el PP).


¿Y por qué lo omite? Difícil decir qué pasa por la cabeza de nadie, pero hay algunas interpretaciones que suenan plausibles.


La primera y más obvia es que si una persona inteligente como Iglesias no lo cuenta, es porque no quiere. A pesar de ser datos casi incontestables, e incontestablemente relevantes. Es suficientemente listo como para saber que no puede negarlos, como sí hace Sánchez (le obligaron a repetir las elecciones, etc). A Iglesias, siempre más astuto, le basta con no hablar de ello para que esos hechos desparezcan en el limbo del olvido y no sean. Especialmente ante la opinión pública extranjera en un periódico que leen posibles aliados.


La siguiente interpretación, a raiz de la anterior, es que Iglesias presenta un talante dialogante y moderado porque se está construyendo una imagen de gobernante. Pero Iglesias es un firme partidario del poder del estado en su versión más fuerte. Lo ha demostrado, por ejemplo, en Vistalegre II, donde los representantes de más del 40% de las bases de su partido fueron purgados al estilo comunista. El poder y su ejercicio requieren ser fuerte por parte del gobernante, y sacrificio, sobre todo por parte de los gobernados. Sánchez también es partidario del poder fuerte, como demuestra su no-libro (Manual de Resistencia), cuyo máximo valor propuesto es la ... ¡resistencia!. Por cierto, algo que le equipara al autócrata Donald Trump. Ambos son también resistentes y purgadores en nombre de la autoridad. Casado y Abascal exactamente igual. Iglesias sabe que para acceder a ese poder que justifica su ser en todos los planos, hay que olvidar ciertas cosas.


En un mundo ideal esto tendría un coste. En la democracia moderna, sin embargo, casi no lo tiene. El mecanismo que se utiliza para evitar pagar el precio de ignorar la realidad de forma activa (eso que llamamos "mentira") se llama "ideología". Si, por ejemplo, Iglesias y Sánchez se declaran progresistas y de izquierdas, da igual lo que hagan luego, porque hay una parte de sus electores que con saberse de izquierdas tienen suficiente. Da igual lo que omitan o mientan, los casos de corrupción que les acechen o las incoherencias que su actitud supongan. Mientras sean de izquierdas todo va bien. Ser de izquierdas sólo significa ser uno de los nuestros, pero es suficiente. ¡Ah!, la pertenencia. ¡Ah!, la tranquilidad moral de estar en el lado correcto. Con las derechas pasa lo mismo, por supuesto. El fenómeno de los hinchas de nuevo. Viva er Betis manque pierda.


La diferencia entre ellos es que Casado y Abascal no lo ocultan. Se equivoca Iglesias llamándoles liberales. No lo son, igual que no lo es él. La democracia se ha convertido en una carrera para hacerse con dos piedras filosofales: Una, el control del dinero más fácil y abundante que se puede obtener, es decir, los presupuestos generales del estado. La segunda, el control de la máquina represiva más fuerte y numerosa que hay en nuestro país, es decir, las fuerzas y cuerpos de seguridad del estado.


C´s ha muerto porque eran, al menos en apariencia, los más peligrosos para esa visión del mundo: eran los liberales. Eran, al menos en su discurso, los que querían un control exhaustivo y manifiesto sobre ese poder que controla el dinero público, y policía y ejército. Yo no les voté nunca, pero, como sugería Marshall en Pidiendo lo imposible, eran los aliados naturales, al menos en esta situación, de cualquier postura libertaria. Y han desaparecido.


Iglesias quiere el poder, y Sánchez se quiere a sí mismo, ambos hasta la extenuación. Ambos en una línea política autoritaria, como la de sus supuestas némesis Casado y Abascal. Más de lo mismo. El 15 M, movimiento que situaba el poder en el pueblo porque lo exigía el propio pueblo, con Iglesias y Podemos como protagonistas y ante el aplauso del post-comunismo autoritario, está a punto de ser definitivamente neutralizado con éxito. El 15-M ha muerto.


¡Viva el 15-M!

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